Hay coches que superan las esperanzas de sus creadores. Que prolongan su carrera más allá de la lógica técnica y comercial, inmunes al tiempo y a las modas, y después aún siguen resistiéndose a desaparecer por el sumidero de la historia. Para la mayoría de la gente, el inefable 2CV es un clásico. Para sus seguidores, algo eterno.
El concepto de coche mínimo alcanza su máxima expresión con el 2CV, concebido para colmar la necesidad de automoción básica de la Europa de posguerra. Gracias a un peso contenido, el sencillo bicilíndrico refrigerado por aire lograba circular con soltura por cualquier camino rural.
Hubo cuatro cilindradas distintas, 375, 425, 435 y 602 cc, con potencias que fueron de los 9 CV iniciales a casi cuatro veces más en su versión final. La suspensión independiente permitía una estabilidad intachable y buen confort sobre terreno difícil.
Es un automóvil en el que todo ha sido reducido a la expresión más económica; su aspecto es trasnochado y francamente feo, pero consume muy poco y rinde un servicio bueno dentro de sus limitaciones de poca potencia. Es de tracción delantera y de constitución muy elemental.
El espesor de la chapa es mínimo dondequiera que uno mire. El techo de lona se prolonga hasta la matrícula trasera, lo que supone ahorrar muchos kilos.
Subvirador como todo tracción delantera, hay que meterlo sin titubeos en las curvas. Los frenos cumplen a condición de ejercer una buena presión sobre el pedal. En cuanto a la estabilidad no hay peros que ponerle.
A lo largo de los 25 años que estuvo produciéndose ahí salieron casi 240.000 berlinas 2CV de la factoría viguesa de Citroën.
Motor Clásico, editada por Motorpress-Ibérica desde 1986, es la revista decana centrada en el automovilismo histórico y de colección y de mayor venta del mercado español.
Este reportaje completo puede encontrarse en el número 317. Y otros sobre el mismo modelo en los números 152, 182, 215, 226, 268, 286, 354 y 359.
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